Remigio es dueño de unas tierras en una zona rural del interior de Salta, sus vecinos a veces lo visitan, generalmente los fines de semana cuando se emborrachan.
Los otros días, se cruzan a hectáreas de distancia cuando en horas plenas de sol atraviesan en tractores los surcos interminables que peinan la tierra.
Era la oración, Remigio embalaba tomates en un galponcito detrás de la casa.
El sombrero que tarde a tarde lo aliviaba del calor, esta vez parecía un bostezo detenido sobre la mesa, donde se descongelaba una botella descartable con agua.
-Ya está de noche Remi; y todavía no lo han traído al Ricky- se exaltó la mujer, con ojos desmesuradamente abiertos por la aflicción.
-No te preocupes, ya lo van a traer los de la escuela; para eso pagamos el colectivo- terminó Remigio, dejando entrever entre gestos grotescos una fortachona sensibilidad.
No terminaron la conversación cuando el teléfono llamaba desde la casa. Al rato aparece la mujer cambiada… No, no lo van a traer, el colectivo no arranca y no hay caso, dicen de la escuela que lo vayamos a buscar…-Deja nomás, ya voy yo, de paso me despabilo, estoy un poco nervioso, la verdura no se vende como antes- dijo acomodando su cinturón.
La escuela especial no estaba demasiado alejada de la finca, motivo por el cuál Remigio decidió buscarlo en bicicleta. Salió de inmediato, las resecas partes del rodado chillaban al ritmo de las pedaleadas, pero se fueron esfumando a medida que se alejaba.La claridad no desaparecía del todo, aun se podía ver a lo lejos a Remigio y Ricky por la pedregosa calle bajo un cielo que proyectaba sus últimos rayos carmines.
El camino comunicaba las quintas en forma de una serpiente de curvas y contra curvas. La bicicleta a la par zigzagueaba entre juegos y risotadas. A lo lejos, dos siluetas se aproximaban; eran niños que volvían quien sabe desde que lugar. El más alto cargaba leña sobre sus hombros, el más chico traía un machete en una mano y en la otra una bicicleta.Remigio pudo ver los rostros doloridos ante una vida sumamente hostil, eran chicos de la Villa 16, un asentamiento de chapa y cartón que se instaló a 2 Kilómetros de su propiedad, usurpando tierras de un finquero fallecido años atrás; sin embargo esos terrenos tenían legítimos dueños. Remigio, al igual que muchos finqueros de la zona no veía la hora en que la justicia (disfrazada de topadora y bala de goma) arrasara con ese caserío.
Ricky iba y volvía por la calle, su boca balbuceaba el sonido de un avión. Extendía sus brazos y saltaba imitando el vuelo. Los chicos estaban cada vez más cerca, motivo por el cual Remigio llamó a Ricky, pero éste, ajeno a la realidad no le hizo caso, el más chico dejó caer la bicicleta y siguió unos metros a Ricky, lo atrapó y le cruzó el machete por el cuello. Remigio estupefacto intentó avanzar, pero el más alto arrojó la leña y se adelantó unos pasos.
-Desinfla la bicicleta y dame la guita que tengas-Ricky comenzó a ponerse nervioso y a forcejear, con el machete en su cuello. No podía ser posible… pensó Remigio, unos niños asaltándolo, incluso jugando con la vida de su hijo, esto era aberrante, -A estos los voy a agarrar solos y los cago a trompadas…pensó
-Apuráte gordo desinflá la bicicleta y dame la guita- Remigio le hizo caso, desinfló las cámaras, sacó la billetera y se la entregó al joven.
-Listo Negro rajemos, deja el tontulo y vamonó a la mierda-
El más chico empujó a Ricky hacia la las piedras, montó la bicicleta y desaparecieron junto al ultimo vestigio de la tarde.Remigio nubló los ojos, estaba tan exento de sentidos que no pudo coordinar los actos. Abrazó a Ricky y se dejó caer de rodillas sobre el enripiado.
Una mezcla de rabia y horror conmovió cada nervio de Remigio, llegó a su casa, montó la escopeta y salió en la camioneta rumbo a la Villa 16.
Ingresó como una tromba y se detuvo en un baldío improvisado con forma de callejón. Descendió del vehículo y caminó casa por casa intentando dar con el paradero de esos niños que insólitamente lo doblegaron y obligaron a darle hasta el último centavo que traía.
Una mujer lo vio e inmediatamente salió despavorida, segundos después varias sombras lo acechaban, sintió temor, pero no se dejo llevar….-Busco a dos pendejos que acaban de asaltarme- palabras que causaron un halito de gracia al encontrar en el emisor una mole de más de 100 kilos.
-Acá somos gente honrada, no deben ser de acá- dijo un hombre con un carro repleto de cartones y bolsas.
-¡Váyase de aquí, sino va a tener problemas don!- se exaltó una mujer con un bebe en los brazos.
-Déjenlo, está loco el gordo- dijo un anciano, apoyándose en un bastón fabricado con un palo de escoba.–
Remigio no supo bien que hacer, se abrió paso entre la gente que lo rodeaba y subió a la camioneta, sentía vergüenza, tal vez no era exactamente vergüenza, pero en su cabeza tenia una viscosidad anormal; quería gritar que se vayan todos al carajo, pero no podía. Había visto algo indescriptible en esos personajes tan grotescos, como sacados de una novela de ficción; esos rostros quebrajados por la vida, tan sufridos, pero a la vez tan unidos en la necesidad. No tuvo más remedio que poner en marcha el vehículo.
Si agarro a esos pendejos les agujereo la cabeza… dijo en tono amenazante. Avanzó unos metros cuando vio la bicicleta apoyada en una casa que tenía la puerta de lata oxidada, con figuras de lo que alguna vez fue un cartel de Coca Cola.
Se acercó con cautela y observó por los agujeros de la lata; había sobre la mesa una vela encendida. En ese momento se imaginó miles de cosas, una mafia, un aguantadero de ladrones, una pocilga donde reducían cosas robadas. Su cabeza proyectaba futuros desenlaces, y no siempre auspiciosos.
Tenía empapada la frente, cargó el arma y se ocultó detrás de la puerta. Estaba jugado, contó hasta tres y la volteó de una patada. Adentro estaba el joven más alto, con una niña transformada en mujer. Comiendo sándwiches de mortadela.
-Pendejo de mierda- gritó Remigio con una furia capaz de desencadenar una masacre. Pero un alarido en la penumbra lo intimó. Desde un cajón de manzana emergía descontrolado el llanto desgarrador de un bebe.La joven salió corriendo y se aferró al pequeñuelo.
–¿Quien es usted, es acaso un policía? preguntó desfallecida por el horror-
El joven no hizo ademán por moverse, quedó paralizado en la mesa, observando la escena.
Remigio lo encañono en la cabeza, pero al acercarse se dio cuenta de una realidad mucho mas horrorosa que la que le tocó vivir…
Le pidió la billetera, el niño padre asintió, en sus ojos nublados se reflejaba la resignación. Sacó lo poco que quedaba de dinero y se lo entregó a la mujer.-Cuida el bebe, y cuando no tengas nada para comer anda por la quinta algo te voy a dar, siempre y cuando trabajes a la par mía para ganarte la plata- le dijo y se alejó con una sensación amarga, otro contexto, una parte que no le contaron los libros ni la vida lo había tocado muy de cerca.
Al salir de la casa del niño padre, se encontró con la camioneta sin ruedas sobre cuatro tacos de madera…
La villa hoy se llama Santa Rita, tiene agua potable y luz eléctrica…
del LIBRO Ave Errante 2009 (Derechos Reservados)
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