viernes, 17 de abril de 2015

RELATO " LA HAMACA"



    Después de encerrar las vacas y los cerdos, pasos cansinos se dirigieron hacia una precaria construcción, situada a la vera de un polvoriento camino que conduce al paraje llamado El Zapallar.



   El ocaso se presentaba lento; agobiante. Secó la transpiración de su frente y se sacó el sombrero, contemplando en la inmensidad del paisaje, una bandada de loros que emigraban hacia el norte. Cuándo volverán…pensó recordando a su mujer y al Petiso (así llamaba a su hijo). Sus enmarañados pensamientos lo trasladaban con frecuencia a divagues, a veces inconclusos. Volvió en sí al oír la estridente bocina de la máquina ferroviaria que se abría paso como un cuchillo sobre vías hostigadas por malezas. Se levantó, acomodó su faja y se internó en su rancho; lugar donde vivió por más de cuarenta años su madre, que ahora, tan lejana en las estrellas, parecía haberse olvidado de él. Encendió una vela y quedó mirando cómo bailaban las llamas. Sacó una lata de conservas al instante en que el Oso comenzaba la ceremonia acostumbrada de acurrucarse entre sus piernas pidiendo su ración.


    Partió un bollo que había traído del pueblo y le acercó un pedazo al perro; pero este lo olió y salió como extraviado al encuentro con la noche… perro delicau’…se dijo a regañadientes.

Hacía calor, la luna brillaba con algo de viento en derre-dor; la noche, más clara que de costumbre, dejaba ver las irregu-lares siluetas de los árboles y de las gallinas que dormían en la higuera, desde donde colgaba, ya sin sentido alguno, la hamaca que había fabricado para el Petiso.

    Pasadas las diez de la noche, cansado de las cavilaciones que lo jalaban hacia el universo de la depresión, el gaucho se alistó y salió para el pueblo a consumir su desdicha, en botellas del licor y coraje.

    La madrugada trajo consigo el desafinado canto del gaucho; venía zigzagueando en su bicicleta. Cruzó una compuerta y se internó en un pequeño descampado que desembocaba en la puerta de su rancho. Se introdujo por inercia, y se abandonó sobre la cama, cuando el Oso estalló enardecido. Como pudo se abalanzó a la escopeta y salió por detrás de los corrales que daban al monte. Se acercó con cautela y esperó al intruso, dispuesto a agujerearlo ante el primer ademán.- ¡Quién anda ahí! – gritó.

   El ladrido nervioso del perro se hizo ensordecedor. Iba y volvía del los gallineros, atravesaba los arados y la compuerta de la acequia…Perro loco…musitó con la pesadez de su beodez.

     La noche siguiente vino cargada con relámpagos, y el gaucho alumbraba los santos que su madre poseía en un rincón del rancho. Contempló la idea de dormir, obnubilado en mares de ideas no siempre auspiciosas. Casi se muere del susto; el Oso volvió a estallar en un feroz alarido, dentro del rancho, como si hubiera visto al mismo diablo. Volvió a enfundar el rifle; esta vez, salió decidido y enfrentó los hechos, pero, nuevamente ante la primera impresión, tampoco había nadie. Solo la hamaca se me-cía descomunalmente en la higuera. Un terror incontenible se adueñó de su persona. Volvió al rancho y cerró la puerta. Evidentemente algo “inexplicable a toda lógica” había visto en la hamaca.

    Al otro día cargó una pala y un pico, y debajo de la higuera cavó un hoyo. A menos de un metro extrajo juguetes (un rústico trompo y un camioncito destrozado) y más abajo, una caja de madera con huesitos de lo que alguna vez fuera un niño, lo supo por sus dimensiones (su hermano tal vez, eso nunca lo sabría). Cargó los huesos y los enterró en la parte posterior del cementerio.

    Desde entonces, nada más sucedió en el rancho de este gaucho.
    ¡Me olvidaba un detalle! en aquella noche de la hamaca, el pobre Oso flotaba en la acequia.

La Hamaca - Publicada en Guemes Departamento Oculto
Editado por el Fondo Editorial del Ministerio de Cultura de Salta 2014

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