miércoles, 18 de agosto de 2010

CUENTO "LA OBRA MAESTRA"

Amanecía. Tras las serranías se proyectaban al infinito, exhalaciones sanguinolentas, ahuyentadoras de estrellas. El tiempo volvía a mejorar, después de dos jornadas inestables; aunque el horizonte estaba cerrado por nubarrones pesados. Los golpes provenían de un patio de tierra. Un nativo intentaba hacer una mesa con cardones y piedras. La fiesta en honor a las antiguas deidades de la región se acercaba y debía realizar, como lo hacen cada año los jóvenes, ofrendas de arcilla que le permitieran augurar mejores cosechas el año entrante. Hacía noches que no dormía pensando en la pieza perfecta; una pieza que calara profundamente en el corazón de los dioses… Su nombre era Huayra, que en quechua significa viento. Pasaba todo el día cavilando en su obra maestra, cuando iba de pesca, al cuidar los guanacos, al regar las plantas, o al marchar en busca de agua al río, en su mente no cabía otra idea que arremolinadas formas y colores; parecía un autómata que existía gracias a sus humanos instintos. Intentaba inspirarse en el rostro de las jovencitas, en las caricias de su madre, en las montañas cobijadoras de secretos milenarios, en la brisa de la tarde que besaba su rostro al regresar de los corrales; consumía horas y horas sentado sobre la pirca de su casa contemplando la nada, o tal vez, un punto lejano en la vastedad del paisaje de la puna. Illapa y Antipax, sus amigos de la infancia, se burlaban de él; manifestaban a cuanto ser humano cruzaban, el horrible cambio en Huayra, aludiendo que la locura lo había transportado a un mundo de peligrosas creencias y actitudes. Los días pasaban y la ceremonia se acercaba... Una tarde, mientras llevaban algunas piezas para el horno de la plaza; Antipax le gritó: ¡Huayra, no vas a traer tus vasijas de nubes y tus piezas de viento para hornear; mirá que el horno está listo!- lejos de responderle Huayra, turbado en la incertidumbre solo los observó hasta perderlos de vista. Durante un crepúsculo, mientras su madre deschalaba choclos para la cena, lo vio bajar de la lomada que desembocaba en el patio de su casa. Gritaba y vivaba a los antiguos dioses por haberlo inspirado casi sobrehumanamente. En su cabeza tenía la idea, la forma y los colores que venía buscando desde hacía tiempo. Había conseguido proyectar su obra maestra. Casi de inmediato se puso a construirla, amasaba la arcilla con una fuerza asombrosa y en cada capa que colocaba, retrocedía unos pasos y la observaba de todos los ángulos posibles. Luego proseguía con dedicación casi desenfrenada. Trabajó tres días con sus noches y concluyó la idea. Dibujó varias figuras geométricas y algunas líneas simplificando animales de la zona; luego la pintó con tinturas vegetales y minerales. Estaba lista… la observaba como si fuese algo paranormal; en realidad era algo muy extraño, pero a Huayra le pareció tan perfecta que la quería de una forma distinta, como todo artista ante un hijo de su imaginación. Promediando la media tarde, la dejó para que se ventilara debajo de un alero, porque el mal tiempo se avecinaba con lampos que partían el cielo dibujando proyecciones confusas. Aun la contemplaba cuando vio a su padre salir para acorralar los guanacos esparcidos por la lomada. Salió tras él pensando en la avanzada edad de su padre, sabiendo que siempre hay algunos que exigen fuerza para tironearlos un poco. Antipax e Illapa volvían de un cerro, cuando, al pasar por el patio de la casa de Huayra advirtieron el extraño invento de arcilla sobre una improvisada mesa de rústicos cardones. Intentaron hallarle forma: un sapo con la boca abierta, una llama echada, un lagarto enroscado, tal vez un animal que vio solo en sus sueños… La tormenta se avecinaba, los relámpagos iluminaban la semi oscuridad de la oración; entre esas luces enceguecedoras y risotadas maléficas; mazazos destruían la obra de Huayra. Al encontrarse frente al desastre, Huayra palideció; sus ojos tomaron otro matiz, el de la venganza. No quiso llorar, temía que el llanto descargara su rabia. Quería estar entero para la venganza, una venganza tan violenta como el acto que habían cometido con su obra. Se acercó a los vestigios de su trabajo con temor, le temblaban las piernas y las manos. Intentó reconstruirla pegando los pedazos esparcidos bajo un cielo que se caía entre rayos y viento. No pudo hacerlo; presa de la desesperación ni siquiera recordaba el modelo terminado. No lo intentó demasiado, se aferró a un hacha y salió de su casa justo cuando un lampo hizo brillar en la noche cerrada su brillo asesino. Surcó las tinieblas salpicada de espejos en las callejas,…están en el horno… pensó, el hacha le trepidaba en sus manos; su cabeza solo emanaba recuerdos desastrosos. Recordaba una a una las burlas a que era sometido en cada manifestación social. Se imaginó el rostro chato y esa nariz de cóndor de Antipax mientras destrozaba su obra maestra; También le pareció ver la dentadura exagerada de Illapa burlándose entre carcajadas desencajadas de su idea; y aun más, imaginó a sus padres amenazados por sus perversidades contemplando aterrados tal atrocidad, sin poder reaccionar por tremor. Apretó el hacha y aguardó el momento oportuno. La tormenta había cesado. La luna pudo escabullirse de las nubes mostrando todo su esplendor sobre las cumbres. Contenía la respiración contra las húmedas pircas de la entrada al horno; oyó voces, murmullos prolongados hacia la noche se acercaban lentamente, ocultó el arma bajo su poncho y se dejó ver. – Rimaykullayky Huayra (hola, te saludo Huayra)- se apresuró Antipax; traían en sus manos algunas piezas de arcilla. Sacó el arma y con eficaz e inesperado golpe le partió la cabeza a Illapa; Antipax intentó escapar, pero el hacha atravesó su espalda. Los alaridos fueron ahogados por el silencio implacable que emerge como un espectro desde las sagradas alturas devolviendo como heladas garras una bruma que todo lo aferra. Arrastró los cadáveres con total cautela y los sepultó en el patio de su casa junto a todos los retazos de su obra maestra… Durante la fiesta en honor a las antiguas deidades, Huayra llenó las apachetas de vasijas y ornamentos de variados colores ante la mirada atónita de sus padres y conocidos. Cientos de años después unos arqueólogos extrajeron restos óseos de dos personas y reconstruyeron la obra. De más esta decir que los huesos de Illapa y Antipax descansan dentro de esa obra maestra del arte precolombino; (una urna funeraria para dos personas) aunque disientan sus apreciaciones con respecto a la forma del objeto, algunos dicen que se trata de un sapo con la boca abierta, otros en cambio opinan que no es más que una llama echada.

Río Grande, Tierra del Fuego, Enero 2007
de Ave Errante (Derechos Reservados)

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